• La OMS estima que 214 millones de mujeres en edad reproductiva en los países en vías de desarrollo que desean evitar el embarazo no utilizan un método anticonceptivo moderno (OMS, 2018[1]). El ODS correspondiente a los servicios de salud reproductiva tiene como objetivo proporcionar acceso universal para 2030, e integrar la salud reproductiva y sexual en las agendas, estrategias y programas nacionales. La agenda global para la salud y derechos sexuales y reproductivos está vinculado a la igualdad de género y al bienestar de la mujer, y afecta la salud de los recién nacidos, niños, adolescentes y las madres, así como a sus roles en la configuración del futuro desarrollo económico y la sostenibilidad del medio ambiente (Starrs et al., 2018[2]). La planificación familiar es un componente clave de todo paquete esencial de salud reproductiva y sexual, y es una de las intervenciones de salud pública más costo-efectivas, que contribuye a reducir en gran manera la mortalidad y la morbilidad materno-infantil (UNFPA, 2018[3]).

  • A nivel mundial, el parto prematuro (es decir, el nacimiento antes de las 37 semanas completas de gestación) es la principal causa de muerte en menores de 5 años, responsable de aproximadamente 1 millón de fallecimientos en el año 2015 (véase el indicador "Mortalidad de menores de 5 años" en el Capítulo 3). En casi todos los países con datos fiables, las tasas de nacimientos prematuros van en aumento. Muchos supervivientes de nacimientos prematuros también se enfrentan a toda una vida de discapacidades, entre ellas dificultades de aprendizaje, visuales, auditivos, así como de desarrollo a largo plazo (OMS, 2018[4]).

  • Las prácticas de alimentación de infantes y niños pequeños influyen en gran medida en sus posibilidades de supervivencia a corto plazo y en la capacidad de desarrollar todo su potencial a largo plazo. Contribuyen a un crecimiento saludable, disminuyen las tasas de retraso en el crecimiento y de obesidad y conducen a un mayor desarrollo intelectual (Victora et al., 2016[9]). Desde el inicio del embarazo de una mujer hasta el segundo cumpleaños de su hijo, los primeros 1.000 días representan una oportunidad clave para asegurar el bienestar y crear las bases de una vida productiva y saludable. La lactancia materna es a menudo la mejor manera de proporcionarles nutrición a los bebés. La leche materna les brinda a los lactantes los nutrientes que necesitan para un desarrollo saludable, así como los anticuerpos que ayudan a protegerlos de enfermedades infantiles comunes como la diarrea y la neumonía, las dos principales causas de mortalidad infantil en todo el mundo (ver el Capítulo 3. Mortalidad infantil). La lactancia materna también está relacionada con mejores resultados de salud a medida que los niños crecen (Rollins et al., 2016[10]). Los adultos que fueron amamantados cuando eran bebés a menudo tienen una presión sanguínea más baja y menor colesterol, así como tasas más bajas de sobrepeso, obesidad y diabetes tipo 2. La lactancia materna también mejora el coeficiente intelectual (CI), la asistencia escolar y está vinculada a mayores niveles de ingresos en la vida adulta. Más de 800.000 muertes de menores de cinco años podrían evitarse cada año en todo el mundo si todos los bebés de 0 a 23 meses fueran amamantados de manera óptima (Victora et al., 2016[9]). La lactancia también beneficia a las madres por su efecto en el control de la fertilidad, reduciendo el riesgo de cáncer de mama y de ovario más adelante en la vida y disminuyendo las tasas de obesidad.

  • Un componente clave del capital humano son las personas sanas y bien alimentadas a lo largo de su vida, pero muchos niños y niñas no tienen acceso a suficientes alimentos nutritivos e higiénicos, y a una dieta equilibrada que satisfaga sus necesidades de crecimiento y desarrollo óptimos para llevar una vida activa y saludable. Se calcula que en todo el mundo hay 150,8 millones de niños con retraso en el desarrollo, 50,5 millones con bajo peso (emaciación) y 38,3 millones con sobrepeso (Development Initiatives, 2018[11]). Por lo tanto, muchos países enfrentan una doble carga de malnutrición caracterizada por la coexistencia de desnutrición y sobrepeso, la obesidad o las enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta; un desafío de salud que está en aumento en muchos países de LAC. La malnutrición infantil también contribuye a que los resultados cognitivos y educativos sean peores en las etapas posteriores de la infancia y adolescencia, lo que a su vez afecta al potencial de la vida entera y determina en gran medida la situación socioeconómica del individuo.

  • La adolescencia es una fase de transición fundamental en el desarrollo humano, ya que representa un cambio de la infancia a la madurez física, psicológica y social. Durante este período, los adolescentes aprenden y desarrollan conocimientos y habilidades para lidiar con aspectos críticos de su salud y desarrollo mientras sus cuerpos maduran. Las adolescentes, en especial más jóvenes se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad porque corren el riesgo de un embarazo y un parto prematuros (UNICEF, 2017[15]). En la actualidad, hay dos transiciones claras en lo que respecta a la población adolescente: la transición demográfica, con un aumento del número de adolescentes (de 10 a 24 años de edad) de 1.530 millones en 1990 a 1.800 millones en 2016; y la transición epidemiológica, en la que ha disminuido el número de países clasificados como de carga múltiple para pasar a clasificarse como predominantes en las enfermedades no transmisibles (Weiss and Ferrand, 2019[16]).

  • El sobrepeso y la obesidad constituyen problemas importantes de salud pública, ya que la epidemia global tiene consecuencias de gran alcance para los individuos, la sociedad y la economía. La obesidad es un factor de riesgo establecido para numerosas condiciones de salud, entre ellas hipertensión, colesterol alto, diabetes, enfermedades cardiovasculares, problemas respiratorios, enfermedades esqueléticas y algunas formas de cáncer; la mortalidad reporta un aumento progresivo una vez que se cruza el umbral del sobrepeso. Por lo tanto, la obesidad y el sobrepeso acortan la esperanza de vida, aumentan los costes sanitarios, disminuyen la productividad de los trabajadores y reducen el PIB de los países (OCDE, 2019[18]). En todo el mundo en el año 2016, el 39% de los hombres y de las mujeres tenían sobrepeso, y el 11% de los hombres y el 15% de las mujeres eran obesos. (OCDE, 2019[18]) Esto significa que casi 2.000 millones de adultos en todo el mundo tenían sobrepeso y, de ellos, más de 500 millones eran obesos. Cuarenta y un millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso o eran obesos en 2016; mientras que más de 340 millones de niños y adolescentes de 5 a 19 años tenían sobrepeso o eran obesos. Tanto la condición de sobrepeso como de la obesidad han mostrado un marcado incremento en las últimas cuatro décadas (OMS, 2018[19]).

  • La exposición a comportamientos inadecuados en materia de agua potable, saneamiento e higiene (WASH) es vital para la salud, los medios de subsistencia y el bienestar de las personas. La diarrea, las infecciones respiratorias, la malnutrición, la esquistosomiasis, el paludismo, las infecciones por helmintos transmitidas por el suelo y el tracoma son algunas de las enfermedades asociadas a la falta de agua potable y saneamiento. En 132 países de ingresos bajos y medios, se estima que en 2016 se produjeron 829.000 muertes atribuibles al agua, el saneamiento y la higiene y 49,8 millones de AVAD a causa de enfermedades diarreicas, lo que equivale al 60% de todas las muertes por diarrea (Prüss-Ustün et al., 2019[20]). Más de medio millón de niños menores de 5 años mueren cada año debido a enfermedades diarreicas. (Prüss-Ustün et al., 2019[20]) Se estima que el 88% de esta carga es atribuible al agua, el saneamiento y la higiene y se concentra principalmente en los niños y niñas de los países en desarrollo. Un mejor acceso al agua y al saneamiento es fundamental para mejorar la salud, pero también contribuye al progreso social y económico, uno de los muchos vínculos con el capital humano que se describen en esta publicación. Ayuda a aumentar las tasas de matrícula en la educación, mejora el nivel de vida y reduce los costos de atención de la salud necesarios para mantener una fuerza laboral productiva (UNICEF y OMS, 2017[21]).

  • El consumo de tabaco es el segundo factor de riesgo más importante de muerte prematura y discapacidad en el mundo, y se ha cobrado más de 5 millones de vidas cada año desde 1990. Los efectos negativos del tabaquismo se extienden más allá de la salud individual y de la población, afectando también a la economía. En todo el mundo en 2015, la prevalencia normalizada por edad del tabaquismo diario era del 25% para los hombres y del 5,4% para las mujeres, lo que representa una reducción del 28,4% y del 34,4%, respectivamente, desde 1990. Se estima que en 2015 se produjeron entre 5,7 y 7 millones de muertes debidas al tabaquismo, lo que equivale al 11,5% de todas las muertes mundiales (Reitsma et al., 2017[23]). Actualmente, se estima que 1.100 millones de personas son fumadoras activas, de los cuales el 84% son varones y el 80% viven en países de ingresos bajos y medios. Además, el humo de segunda mano causa más de 1,2 millones de muertes prematuras al año, de las cuales 65.000 son niños (OMS, 2019[24]). Los ODS de la ONU piden que se refuerce la aplicación del Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco en todos los países, según corresponda.

  • El consumo de alcohol es un factor de riesgo importante para la carga de enfermedad, tanto en términos de mortalidad como de morbilidad, y se ha relacionado con numerosos resultados sanitarios y sociales negativos, incluyendo más de 200 enfermedades y lesiones como el cáncer, derrames cerebrales y la cirrosis hepática, entre otros. La exposición fetal al alcohol aumenta el riesgo de defectos de nacimiento y de discapacidad intelectual. El abuso de alcohol también está asociado con una serie de problemas de salud mental, incluyendo la depresión y los trastornos de ansiedad, la obesidad y las lesiones involuntarias (OMS, 2018[26]). En 2016, se atribuyeron 2,8 millones de muertes al consumo de alcohol en todo el mundo, lo que corresponde al 2,2% del total de muertes estandarizadas por edad entre las mujeres y al 6,8% entre los hombres. En términos de la carga de enfermedad global, el consumo de alcohol provocó el 1,6% del total de AVAD a nivel mundial entre las mujeres y el 6% entre los hombres, situando el consumo de alcohol como el séptimo factor de riesgo principal de muerte prematura y discapacidad en 2016, en comparación con otros factores de riesgo en los estudios sobre la Carga Global de Enfermedad (Griswold et al., 2018[27]).

  • Aproximadamente 1,35 millones de personas mueren cada año como resultado de accidentes de tráfico. Si bien la tasa mundial de muertes por accidentes de tránsito es de 17,4 por cada 100.000 habitantes, existe una gran disparidad en relación al nivel de ingresos, ya que las tasas son más altas en los países de ingresos bajos y medios que en los países de ingresos altos (OMS, 2018[29]). La carga de las lesiones de tráfico recae desproporcionadamente en los usuarios vulnerables de la carretera: peatones, ciclistas y motociclistas. Las lesiones por accidente de tránsito costarán a la economía mundial 1,8 billones de dólares (en dólares constantes de 2010) en el período 2015-30, lo que equivale a un impuesto anual del 0,12% sobre el producto interior bruto mundial (Chen et al., 2019[30]). La meta del ODS 3 es reducir a la mitad el número de muertes y lesiones por accidentes de tránsito para el año 2020, mientras que el ODS 11 se relaciona al acceso a sistemas de transporte sostenible para todos, la mejora de la seguridad vial y la expansión del transporte público.

  • La actividad física (o la falta de ella) es un determinante clave de la salud y de los factores de riesgo. Por ejemplo, cuanto mayor sea el nivel de actividad física, menor será la probabilidad de padecer una enfermedad coronaria. La relación entre el gasto de energía y la incidencia de los accidentes cerebrovasculares forma un patrón en forma de U, ya que los niveles de actividad física en ambos extremos aumentan la incidencia de los derrames cerebrales. Los estudios también muestran una relación negativa entre la actividad física y el riesgo de diabetes mellitus tipo 2, aunque el nivel de obesidad y el estado físico también influyen en la relación. Se ha descubierto que los altos niveles de actividad física tienen un efecto protector en muchos tipos de cánceres, incluyendo neoplasias de mama, colon, endometrio y próstata. Finalmente, existe una curva en forma de J donde la inactividad física y la inactividad física extrema aumentan el riesgo de infecciones del tracto respiratorio superior (Graf and Cecchini, 2017[32]). Por lo tanto, la actividad física tiene muchos beneficios para la salud y contribuye en gran medida a prevenir enfermedades a corto y largo plazo, mejorando el estado físico muscular y cardiorrespiratorio junto con la salud ósea y funcional, y a reducir el riesgo de varias enfermedades no transmisibles, la depresión y el riesgo de caídas y, en consecuencia, de fracturas de cadera o vertebrales.

  • La dieta es otro determinante clave que contribuye a la salud y el bienestar general de un individuo. Los adultos que tienen una dieta rica en frutas y verduras y baja en grasas, azúcares y sal/sodio corren menos riesgo de desarrollar una o más enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer. (Graf and Cecchini, 2017[32]). En muchos países, las personas están cambiando a dietas que dependen más de los alimentos procesados. Esto, junto con los cambios en la forma en que interactuamos con el medio ambiente y entre nosotros, está conduciendo a un nuevo entorno y cultura alimentaria. Combinado con la creciente falta de actividad física (Capítulo 4. Actividad física), se plantea un desafío importante a corto y largo plazo (OMS, 2018[34]).

  • Los trastornos por consumo de drogas son una causa creciente de problemas de salud a corto y largo plazo, de costes económicos y de carga social. Se estima que, en 2017, 271 millones de personas, es decir, el 5,5% de la población mundial de 15 a 64 años de edad, habían consumido drogas el año anterior, mientras que 35 millones de personas padecen trastornos por consumo de drogas. Además, se produjeron 585.000 muertes y 42 millones de años de vida saludable perdidos como resultado del uso de drogas. Alrededor de la mitad de las muertes relacionadas con las drogas se atribuyeron a la hepatitis C no tratada. (UNODC, 2019[36]).